Por: Gustavo A. Castro Arias
Uno de los temas más incómodos, pero más reales, en nuestra profesión es la salud financiera. Y lo digo con total franqueza: es un asunto del que casi nadie habla, pero que está afectando profundamente a muchos de nuestros compañeros.
Como presidente de ADALAC, he tenido la oportunidad de conversar con pilotos de distintas bases y niveles, y la historia se repite con demasiada frecuencia: altos niveles de endeudamiento, estrés por obligaciones económicas y una presión constante por generar más ingresos, muchas veces a costa de nuestro descanso, salud y tiempo en familia.
Lo preocupante es que este problema no distingue antigüedad ni rango. Muchos entramos a la carrera de aviador con una inversión enorme en formación. Solo para tener una idea, en países como México, formarse como piloto comercial puede costar entre 600.000 y 1.000.000 de pesos mexicanos, es decir, entre 33.000 y 55.000 dólares (FLYMX Aviation, 2022). En Europa o Estados Unidos, la formación puede superar fácilmente los 130.000 dólares (FlightGlobal, “PilotTraining Cost Analysis”, 2023). Esto significa que muchos inician su vida laboral cargando una deuda enorme, antes siquiera de haber firmado su primer contrato.
En nuestra región, la situación tiene un matiz particular: muchos primeros oficiales, a una edad relativamente joven, acceden rápidamente a ingresos muy superiores al promedio nacional, especialmente si se compara con personas de su misma edad en otras profesiones. Este buen ingreso, propio de este empleo, llega muchas veces sin una base de educación financiera que permita administrarlo correctamente. Es común ver cómo el exceso de confianza y la falta de planificación conducen a gastos desmedidos, endeudamiento innecesario y decisiones económicas impulsivas. Lo que debería ser una oportunidad para construir estabilidad se transforma, en muchos casos, en una fuente de presión adicional y desequilibrio personal.
Y luego viene la otra cara del problema: la presión por generar más dinero. En este empleo no es posible tener un segundo trabajo, ya que estamos sujetos a cláusulas de exclusividad. Por eso, muchos optan por asumir más horas extra, buscar vuelos con pernocta, tratar de obtener primas adicionales o extender su disponibilidad.
Todo con el objetivo de cumplir con pagos, sostener a la familia, ahorrar algo (si es que se puede) o ponerse al día con deudas que vienen desde hace años. Y en medio de todo eso, muy pocos hablan de lo que esto genera: ansiedad, frustración, insomnio, e incluso sentimientos de fracaso o vergüenza. Es una carga silenciosa que muchos llevan a bordo sin compartir con nadie.
Lo más duro es que, por esa presión constante, estamos dejando de priorizar lo realmente valioso: el tiempo con nuestras familias, el descanso reparador, la posibilidad de disfrutar de nuestra vida más allá del uniforme. Muchos pilotos hoy están eligiendo —no siempre por gusto, sino por necesidad— volar más y estar menos en casa. Y eso tiene un costo que no se ve en los estados financieros, pero que se siente en la salud mental, en la calidad del sueño, en las relaciones con nuestros hijos y nuestras parejas. Estamos tan enfocados en producir más ingresos que, sin darnos cuenta, empezamos a resignar nuestra calidad de vida.
¿Y por qué es importante hablar de esto? Porque no es solo un tema personal. La salud financiera influye directamente en el bienestar del piloto y, por lo tanto, en su desempeño profesional. Diversos estudios han demostrado que el estrés financiero afecta la concentración, genera fatiga emocional y deteriora la toma de decisiones. De hecho, según la Asociación Americana de Psicología, el 72% de las personas con problemas financieros severos reportan síntomas de ansiedad o depresión. Y en el caso de los pilotos, esto puede impactar directamente en la operación. Según el Human Performance Manual de la OACI (ICAO, 2021), los factores externos como las deudas, las dificultades económicas o los problemas personales son considerados “estresores significativos” que pueden afectar la seguridad operacional.
Además, durante los años posteriores a la pandemia, cerca del 36% de los pilotos en Sudamérica vieron reducidos sus ingresos o enfrentaron suspensiones sin pago (Oliver Wyman, “Pilot Survey LATAM”, 2022). Y aunque la industria se ha ido recuperando, una encuesta global reveló que el 85% de los pilotos considera que su salario actual no cubre adecuadamente el costo de vida (FlightGlobal, 2023).
Esa percepción constante de insatisfacción económica está generando un “éxodo silencioso” hacia otros continentes, donde las condiciones pueden llegar a ser hasta cinco veces mejores en términos de salario y estabilidad (AirlinePilotCentral,2023).
Esta salida progresiva de talento impacta directamente a las empresas: incrementa sus costos por la necesidad constante de vincular y entrenar nuevos pilotos, dificulta la construcción de identidad y pertenencia dentro de la organización, y limita la continuidad en los equipos de trabajo.
No se trata de juzgar ni de señalar. Al contrario. Todos, en algún momento, hemos tomado decisiones financieras que con el tiempo pesan más de lo esperado. Lo que propongo es que empecemos a hablar de esto. Que lo pongamos sobre la mesa como un tema válido y urgente. Que dejemos atrás el miedo a parecer “mal administrador” o “mal profesional” por reconocer que estamos pasando un momento económico difícil. Somos humanos antes que todo. Y si normalizamos hablar de temas como fatiga, turnos mal asignados o salud mental, también debemos normalizar hablar de dinero y de cómo lo manejamos.
Desde ADALAC, quiero abrir esta conversación. Como gremio debemos buscar herramientas de educación financiera, acompañamiento y asesoría para quienes lo necesiten. Pero también como individuos, tenemos que empezar a reflexionar sobre nuestro estilo de vida, nuestras decisiones de consumo, y el costo (en tiempo, salud y energía) que estamos pagando por sostenerlo.
Porque cuidar nuestra salud financiera no es solo proteger el bolsillo. Es proteger nuestra tranquilidad, nuestro rendimiento profesional y, sobre todo, nuestra calidad de vida.
Este es el tema del que cuesta hablar, pero del que tenemos que hablar.